LA MADRE DEL
COMBATIENTE
Un día nació aquel hijo
y vino al
mundo con sangre
por un río
de cariños
como el junco de una margen,
que nace
como el arrullo
y que como
la tierra nace.
Vino de
luz y de sueño,
entre dos
brazos de madre,
con coplas de ruiseñores
y con noches de azabache.
Jilguero
de los olivos,
como queriendo que
canten
las frescas rosas de mayo
bañadas en negros mares,
este niño vino al mundo
vistiendo un cielo de
encajes.
Antes que él, había nacido
la primavera y la sangre.
Cuando nació la alegría
fue cuando parió su
madre.
Por eso su orgullo
tienen
pastando un campo que pace
con ovejas que lo liban
como la abeja su sangre,
en sus dos ojos el
mundo
y en sus dos pechos su madre.
Pedidle mucho a los
hombres
que estos niños no se acaben,
porque se acaban las eras
y se acaban los trigales.
La madre del
combatiente,
rubia el alma por
sus males,
dejó sin sangre sus venas,
aguas del más puro cauce,
y, como hilillos
de plata,
figuran hoy en su
carne.
¡Que nazca un hijo, y
se muera
cuando Dios se lo depare,
pero que no muera nunca
porque un verdugo le mate!
El hombre ha de ser un fruto
de cal hecha y de andamiaje,
de boca dulce y
sencilla,
de lengua para que hable
con oscuridad de
estrellas
y con claridad de valles.
La madre es roca marina
que, como el mar, se debate
contra el peligro que
embiste
como el agua de los mares.
Imaginad
si exaspera
saber que aguarda una madre
y
más se recuerda el yugo
que
aquel recuerdo imborrable.
Guerra
en este siglo veinte
que
provocan miserables,
hombres que por alma llevan
fiero instinto de animales,
y ni aun de animales tienen
su lomo para domarles,
rebélate contra ellos,
contra
esa casta de canes,
contra
esa hedionda casta
de instinto de criminales.
Rebélate contra el yugo,
contra el crimen, contra el hambre
contra
el ladrón de mi España,
contra el que quiere robarle
tanto
brazo sobre el yunque,
tanto
brazo en los trigales,
tanto
cuerpo hecho sudores
de tantas calamidades.
Contra
el hombre sin sentidos,
contra el que no tiene madre
que sus pechos le haya dado
para
ser hijo y criarle;
rebélate
contra el fuego
en que intentan abrasarte.
La
madre del combatiente,
pronta su esperanza a hablarle,
oirá
en sus mismos pulmones
un
grito de libertades.
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